Su estadía en la tierra fue tan sólo de 33 años y medio. Su ministerio fue aun más breve: 3 años y medio. Sin embargo, ninguna vida y enseñanza han impactado la historia de una forma tan extraordinaria como la de Jesús. Lo que él enseñó y lo que hizo, alteraron el curso de la historia. Produjo tremendos cambios y continúa transformando la vida de millones de personas alrededor del mundo. Sus enseñanzas han afectado cada aspecto de la vida, religión, educación, trabajo, ética, salud, justicia social, desarrollo económico y cada arte y ciencia de la vida humana.
Una faceta de la misión de Jesús menos conocida pero digna de una revisión, es su actitud hacia la mujer. Esto es particularmente importante a la luz de las prácticas y costumbres de la época, en relación a las mujeres. Romanos y griegos, judíos y gentiles, la ubicaban en una posición de segundo rango. Herramientas útiles en una sociedad dominada por el hombre: cocinar los alimentos, cuidar y criar niños y desempeñar un rol limitado al interior de las paredes de sus casas. Casos individuales de liderazgo y valentía ocurrieron de vez en cuando, tal como ahora, pero lo que más imperaba era estar bajo el dominio del varón. Ellas eran consideradas propiedad que era transferida desde el padre al esposo.
En un mundo como ese, Jesús vino y abrió nuevas perspectivas de igualdad y dignidad. Se opuso a las tradiciones humanas y guió a varones y mujeres de regreso al plan original de Dios para la humanidad. Este artículo revisará brevemente la actitud de Jesús hacia la mujer en su enseñanza y ministerio, en contraste con el estatus de la mujer judía del primer siglo.
Estatus de la mujer en la sociedad judía
Las sinagogas del primer siglo llevaban registros sólo de varones. Los niños y varones podían entrar a la sinagoga para adorar, pero, había una reja que separaba el lugar destinado para niñas y mujeres. La mujer no era tenida en cuenta en el quórum necesario para comenzar la adoración.
Salvación. La tradición mantenía que la mujer no tenía derecho a la salvación por sus propios méritos. Sólo había esperanza para ellas por la asociación con un judío piadoso. Las prostitutas eran desechadas por no tener el amparo de un varón y las viudas tenían que haber estado casadas con un judío virtuoso para gozar de este privilegio.
Trato en público. Estaba prohibido que un varón hablase a una mujer en público. Un rabino ignoraría a una mujer aún si ella pacientemente persistiera por algún consejo espiritual urgente.
Condena por el pecado. En una procesión funeraria, las mujeres marchaban delante del féretro. Se suponía que eran causantes del pecado, por lo tanto, iban adelante asumiendo la culpa. Los varones no sintiéndose culpables de la muerte caminaban detrás del cuerpo.
Impureza. Las mujeres eran consideradas ceremonial y socialmente impuras durante su período menstrual. Durante ese tiempo, ellas eran aisladas. Aún los miembros de la familia tenían prohibido acercársele para no quedar contaminados.
Tener hijos, una clave para ser valorada. El valor de una mujer a los ojos de la sociedad estaba ligado a su capacidad de tener hijos. La esterilidad era un estigma social. El deber de la mujer era engendrar hijos varones que perdurasen el nombre del padre.
Divorcio. La iniciativa para proceder con un divorcio era privilegio del varón, el cual podía ejercerlo basado en consideraciones que en el presente podrían parecer frívolas e irrisorias.
Estatus legal. La palabra de una mujer, en una corte, debía ser refrendada por al menos tres varones; de otro modo no tenía validez.
Educación. La mujer no podía asistir a la sinagoga para estudiar; eso era considerado una pérdida de tiempo.
Religión. En el templo, no podía estar cerca del lugar santísimo. En tiempos de Jesús, había un patio especial para las mujeres, localizado después del patio de los sacerdotes y los varones; estaba quince escalones más abajo, indicando el estatus subordinado de la mujer.1
Una actitud revolucionaria
Jesucristo no hizo una declaración explícita en contra del sistema que sometía a la mujer en un estatus subordinado. Sin embargo, fue elocuente con su vida. “En ninguno de sus hechos, ni de sus sermones, ni en sus parábolas encontramos nada denigratorio sobre las mujeres, algo que se podía encontrar fácilmente en sus contemporáneos”.2 Consideremos algunos ejemplos que muestran el trato de Jesús hacia la mujer.
Jesús invitó a mujeres a ser sus discípulas. Contrario a las expectativas de sus contemporáneos, Jesús aceptó mujeres en su círculo de discípulos (Lucas 8:1-3). Esta actitud contradice las estipulaciones rabínicas. Las mujeres que le siguen invalidan los presupuestos de su época. Ellas llegan a manejar sus propios recursos y sostienen la misión de Cristo en momentos críticos (Lucas 8:13). “El que las mujeres estuvieran eximidas del deber de aprender la Tora, y que les estuviera prohibido asociarse con un rabino, era una cosa. Pero el hecho de viajar con un rabino y asumir la responsabilidad y el control de los fondos era otra cosa muy distinta”.3 Simplemente una revolución.
Jesús aceptó la hospitalidad de mujeres y les enseñó. Es famoso el ejemplo de la asociación de Jesús con María, Marta y Lázaro. El Maestro encontró descanso y camaradería en su hogar (Lucas 10: 38-42). Mientras que un rabino judío podría no mirar a una mujer, Jesús no vaciló en hablarles a Marta y María en público o enseñarles las grandes verdades acerca de la muerte y resurrección (ver Juan 11).
Para Jesús, mujeres y varones eran igualmente importantes para llegar a aprender acerca de las buenas nuevas de su reino. Para un tiempo en que se decía: “Es mejor quemar las palabras de la Tora que encomendarlas al cuidado de una mujer”,4 Jesús indicó que entre las elecciones abiertas para la mujer, María había “elegido la mejor parte” la cual no le sería quitada (Lucas 10:42), de ese modo indicó que la educación no debía ser un monopolio de varones y que las mujeres estaban preparadas para tener las mismas oportunidades educacionales.
Otro ejemplo de la actitud diferente de Jesús hacia la mujer fue la revelación de su mesianismo a una mujer. En la conversación más larga que registran los evangelios, Jesús le revela a la mujer samaritana (Juan 4:4-42) algunas de las doctrinas más profundas del reino: La naturaleza del pecado, el significado de la adoración verdadera, la universalidad del perdón para los arrepentidos, la igualdad de todos los seres humanos sean judíos o samaritanos. En una simple conversación con la mujer samaritana, junto al pozo, Jesús destruyó dos prejuicios: el género y la raza.
Jesús reconoció que en la visión de Dios la familia de Abraham incluye hijos e hijas. Sanando a una mujer inválida por dieciocho años, Jesús la llamó, puso sus manos en ella y la definió suavemente como “hija de Abraham” (Lucas 13:16). Usando esta designación, Jesús señalaba en público que una mujer tenía los mismos derechos inherentes prometidos a Abraham, y en la perspectiva de Dios esto era independiente de ser varón o mujer.
En ninguna parte de la Biblia se expresa que el varón tenga una ventaja sobre la mujer en términos de acceso a la salvación. En oposición a dicho planteo la tradición rabínica enseñaba que una mujer podría ser salva sólo en asociación con un judío piadoso; Jesús invitó tanto a varones como a mujeres a volverse a Dios y aceptar el don de la salvación.
En otro caso, la defensa y perdón de Cristo a una mujer sorprendida en adulterio revela que su definición de pecado y la provisión de salvación es igual para todos, independiente del género. Cuando algunos líderes religiosos le traen a una mujer sorprendida en adulterio, Cristo la defiende. El sabía que los líderes judíos estaban haciendo la acusación contra la mujer transgrediendo la ley de Moisés. La ley levítica estipulaba que tanto el varón como la mujer debían ser juzgados en estos casos (Levíticos 20:10), pero los críticos de Jesús trajeron sólo a la mujer y no al varón involucrado en el acto. Además, la ley requería que hubiese al menos dos testigos (Deuteronomio 19:15), pero los fariseos no traen a nadie. Cristo responde no solo dándole a la acusada el beneficio de la ley, sino también mostrando que el evangelio del perdón está abierto para todos, basado en el arrepentimiento. En este contexto señala que “el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Juan 8:7). En otras palabras, Jesús les dice a los varones: si tienen valor para acusarla, entonces, mírense primero a ustedes mismos en el espejo.
Jesús acepta que una mujer pecadora lo unja. Cuando Jesús estaba de invitado en la casa de Simón en Betania, una mujer conocida en el pueblo por su pobre reputación se acerca apresuradamente y unge los pies de Jesús. Los reunidos en el banquete, incluyendo a sus discípulos, condenaron el incidente. ¿Como podía una mujer pecadora tocar los pies del Mesías, decían ellos, y secar sus pies con sus cabellos? ¡Una ofensa absoluta a las tradiciones religiosas! Los que estaban a su alrededor no comprendían, y menos aún aceptaban, el acto de la mujer y la actitud de Jesús al permitirle esa acción. Pero Jesús dijo que la mujer al ungirlo había hecho algo hermoso, mostrando a las generaciones que vendrían, que todos los pecadores podían estar seguros de la salvación al ir al Salvador y dejar sus vidas a sus pies (Marcos 14:1-9; Lucas 7:36-50).
Jesús usó tanto a varones como a mujeres para simbolizar los actos salvíficos de Dios. En Lucas 15 usa tres parábolas para ilustrar la profundidad y eterna verdad de Dios buscando a la humanidad perdida. Mientras que las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo ilustran la búsqueda de Dios mediante las figuras masculinas del pastor y del padre, la parábola de la moneda perdida muestra a Dios a través de la cuidadosa y persistente misión de una mujer que no descansa hasta que encuentra la moneda y se regocija con sus amigas (Lucas 15:8-10). Para los oídos legalistas de aquel tiempo esto debe haber sonado herético.
Jesús eleva a las mujeres como las primeras testigos del evento más grande de la historia humana: su resurrección. La tradición rabínica consideraba a las mujeres mentirosas por naturaleza; desprendían esta conclusión a partir de la reacción de Sara frente al anuncio que tendría un hijo (Génesis 18:15). El razonamiento era: ella mentía porque Dios siempre dice la verdad, por lo tanto en ella todas las mujeres descendientes eran mentirosas.5 Ninguna mujer podía dar testimonio. Pero, Jesús rechaza esta perversa tradición y elige a mujeres como sus primeras testigos (Mateo 28:9-10) “haciéndolas no sólo las primeras receptoras del mensaje más importante del cristianismo, sino también las primeras predicadoras del mismo”.6 Jesús reprende a los discípulos que no creyeron el testimonio de las mujeres (Marcos 16:11, 14), y entonces los desafía a rechazar los prejuicios del pasado y caminar en la luz de su Reino, el cual no discrimina entre varón o mujer.
Conclusión
En el relato bíblico de Cristo las mujeres “no se muestran nunca discriminadas”.7 No hay nada que apoye la perspectiva cultural y religiosa de su tiempo que mostraba a la mujer como inferior. Por el contrario “las actitudes y el mensaje de Jesús significaron una ruptura con la situación imperante”.8
Jesús “no se relacionó con las mujeres de acuerdo con las normas del sistema patriarcal propio de su tiempo, ni participó de un sistema que era, por definición, represivo para la mujer”.9 Abiertamente pero sin ostentación Jesús acabó con una tradición que negaba dignidad a la mujer. A través de su ejemplo y enseñanza, Jesús reclamó para su reino las bendiciones de su creación original, la igualdad de los dos géneros en la perspectiva de Dios.
Miguel Ángel Núñez (Ph. D., Universidad Adventista del Plata) enseña teología en la Universidad Peruana Unión, donde además dirige los programas de Teología y psicología pastoral y Religión y filosofía. El Dr. Núñez es autor de muchos artículos y de 30 libros. Este ensayo está basado en una sección de su libro Cristología: Descubriendo al Maestro (3ª. Edición, 2007). Su email es: miguelanp@gmail.com.
Referencias
1. Joachim Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús: Estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1977), p. 97.
2. Marga Muñiz, Femenino plural: Las mujeres en la exégesis bíblica (Barcelona: Clie, 2000), p. 183.
3. Alción Westphal Wilson, “Los discípulos olvidados: La habilitación del amor vs. el amor al poder”, en Bienvenida a la mesa (Langley Park, MA.: TEAM Press, 1998), p. 185.
4. Wilson, “Los discípulos olvidados”, p. 180.
5. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús, p. 386.
6. Muñiz, Femenino plural, p. 187.
7. Leonardo Boff, El rostro materno de Dios: Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas (Madrid: Paulinas, 1988), p. 83.
8. Ibid., p. 84.
9. Muñiz, Femenino plural, p. 187.
Fuente: Dialogo Universitario
oe chevere gracias
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