“La alternativa era una imitación de manteca […]. Los fabricantes de aceite recolectaban la grasa de cerdo junto con cualquier resto animal imaginable que los mataderos no pudieran vender y los procesaban en mugrientos cobertizos. A la mezcla se le agregaban blanqueadores para que pareciera manteca real. En 1899, un empleado de una fábrica de margarina […] se lastimó tanto las manos […] que perdió las uñas, y además sufrió la caída del cabello y tuvo que ser internado en el Hospital Bellevue debido a un estado de debilidad generalizada”.1
Las casas de las granjas eran precarias; estaban rodeadas por estiércol que atraía mosquitos, pulgas y garrapatas. A menudo, los pozos de agua estaban junto a los corrales, establos, pocilgas o gallineros, y los sistemas de drenaje eran inexistentes. El suministro de agua peligraba debido “al drenaje de la cocina, los deshechos de las letrinas y las filtraciones de deshechos animales” que además llenaban el aire de un hedor nauseabundo.2
Si uno se enfermaba por la exposición a semejantes condiciones, los doctores de 1850 le habrían dicho que la enfermedad era causada por una “excesiva vitalidad”, y le habrían aplicado sanguijuelas.3 Una anotación en el diario de Angelina Andrews dice: “Carlos Beeman falleció esta mañana […]. Tuvo dolor de garganta por unos días. Ayer lo desangraron con lanceta y pensamos que tendría una buena noche de descanso. Cenó bien. Alrededor de las 23:00, su esposa le dio la dosis de morfina que el doctor le había prescripto. Se fue a dormir enseguida, y ya nunca despertó”.4
¡Los buenos tiempos del pasado eran realmente terribles!
El historiador adventista Mervyn Maxwell habla de la visión en su libro Tell It to the World (Cuéntale al mundo): “La visión se pronunció en contra de las bebidas alcohólicas, las especias y los postres con alto contenido de grasa y azúcar. El tabaco fue denunciado como uno de los venenos más engañosos y maléficos, y se afirmó que el té y el café tenían efectos similares a los del tabaco, aunque en un grado menor.
“Se reveló que comer mucho, aunque fueran alimentos saludables, y el comer entre horas o antes de irse a dormir no eran prácticas saludables […]. Acusaba definidamente a los alimentos animales (la carne) como la causa principal de la decadencia de la raza humana. Se denunciaba en particular la carne de cerdo […].
“Se habló del trabajo excesivo como de un gran mal […]. Se instruyó a Elena White para que diera la alarma contra el uso de drogas tales como el arsénico, la estricnina, el calomel, etc.”5
Entre los consejos positivos se mencionaron: Mantener limpias las habitaciones; permitir la entrada de luz del sol y el aire; ingerir abundantes frutas frescas, vegetales, granos y nueces; cultivar una actitud agradecida; confiar en Dios y ser optimista. Estas cualidades, dijo ella, son una de las mayores salvaguardas de la salud.6 Instó a cultivar hábitos de respeto por los horarios, suficientes horas de sueño y autocontrol de la salud mental y física, porque “las horas irregulares de comer y dormir minan las fuerzas del cerebro”.7
Estadísticas reveladoras
Otros hábitos valiosos tales como el descanso apropiado, la observancia del sábado, la gratitud y el control del estrés también confieren beneficios de protección. La investigación revela que el estilo de vida adventista reduce significativamente el riesgo de padecer muchas enfermedades crónicas, promueve la salud mental y espiritual, e incrementa la calidad de vida y la longevidad.
Una vida más abundante
2 Ibíd., p. 51.
3 C. Mervyn Maxwell, Tell It to the World: The Story of Seventh-day Adventists (Mountain View, Cal.: Pacific Press, 1977), p. 206.
4 Ibíd.
5 Ibíd., p. 207.
6 Véase El ministerio de curación, p. 221.
7 The Youth’s Instructor, 31 de mayo de 1894, p. 198.
8 “Los secretos para una larga vida”, D. Buettner, National Geographic, Noviembre de 2005, pp. 22, 25.
9 Adventist Health Study Report 2008, vol. 5, p. 5.
10 Lucas 4:18
Fuente: "Spanish Adventist World " de la Revista de Mayo 2009
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