sábado, 7 de febrero de 2009

La Familia, una Institución en la cual Creer

¿Podemos salirnos de los patrones disfuncionales y edificar relaciones sanas?


Las familias son diferentes unas de otras. Varían en características, composición y posición. En la Biblia encontramos todo tipo de familias, algunas de ellas disfuncionales, y otras mucho más sanas. Podemos aprender mucho estudiando las familias de la Biblia.

Una familia tradicional
Isaac pertenecía a una familia perfectamente tradicional, formada por un padre, una madre y dos hijos. Tenían unos buenos ingresos y, como todo el mundo, sus alegrías y sus tristezas. Reconocemos en esta familia tanto su unión como sus momentos de separación; sus oportunidades de juego amistoso y sus ocasiones de conflicto celoso. Isaac y Rebeca empezaron su matrimonio con amor y decisión. Aunque era un enlace pactado, Isaac amó a Rebeca desde el comienzo. Después de nacer los hijos, sin embargo, cada uno mostró preferencia por un hijo distinto, y esto abrió lentamente una brecha entre ellos. Cuando llegó el momento de bendicir al primogénito, Isaac no lo comentó con Rebeca, y ésta recurrió a escuchar a hurtadillas y a utilizar el engaño para desviar la bendición hacia su preferido. ¿Qué pasó después, cuando Isaac y Rebeca quedaron a solas? ¿Pudieron recuperar una relación estrecha y respetuosa? No lo sabemos.

Una familia con problemas
Cuando analizamos la familia de Moisés, vemos una familia que se enfrentaba a asuntos complicados: decisiones forzadas, ruptura y circunstancias desesperadas que únicamente Dios podía controlar. La suya era una familia pobre, de esclavos. Antes de que naciese Moisés, el matrimonio ya tenía dos hijos, y estaba la orden de Faraón de seguir una estricta planificación familiar o atenerse a las consecuencias. Dudo que Jocabed sintiese mucha alegría cuando se percató de la realidad de su embarazo. Apenas puedo imaginarme el terror, el temor, la angustia,
las lágrimas y las oraciones por los que ella y Amram atravesaron. ¿Cuán difícil resultó ocultar un bebé durante tres meses tras su nacimiento y evitar que los niños mayores revelaran el secreto? Una vez que se hubo salvado la vida de Moisés, ¿cuánta desesperación, cuánto amor, cuánto valor y cuánta fe hicieron falta para entregarlo en adopción? Moisés pasó doce años con su familia de origen y luego fue reclamado por la hija de Faraón. Moisés tuvo dos madres y dos familias muy dispares. Hasta qué punto olvidó a su familia original durante los años que pasó con su madre adoptiva, y hasta qué extremo fue aceptado por su nueva familia y llegó a quererlos, no lo sabemos. Pero, como ocurre con muchos hijos adoptados, tuvo una crisis de identidad que casi origina su ruina; los actos insensatos cometidos pusieron en peligro su vida. Vemos dos madres que, en distintos momentos, tuvieron que renunciar a su hijo, y dos familias que debieron sufrir un duro proceso de adaptación.

Una familia monoparental
Con Agar e Ismael examinamos una familia monoparental. Las circunstancias no eran culpa de ella. Agar se suponía que tenía que ser madre “de alquiler” y dar a luz un hijo para su señora. Más tarde, Sara decidió que, después de todo, ¡no quería a Ismael! Tras muchos conflictos, Agar se encontró sin techo, sin las comodidades más esenciales (incluida el agua), sola con su hijo en el desierto. Difícilmente puede haber algo peor que eso. No obstante, Dios los vigilaba, comprendía la situación de Agar, la ayudó a encontrar una forma de sobrevivir y la capacitó para criar sola a Ismael

Una familia mixta
Timoteo perteneció a lo que hoy denominaríamos una familia mixta, la madre era cristiana y el padre no. No obstante, la madre y la abuela de Timoteo pudieron infundir en él la fe cristiana. Creo que aquí vemos también la influencia de una familia de fe (la iglesia) y la forma en que Pablo llegó a ser una especie de padre adoptivo para Timoteo.

Una familia reconstruida
La familia de Jesús fue lo que actualmente llamaríamos una familia reconstruida. José tenía hijos mayores. Quizás una razón por la que a María le costó ganarse el respeto de sus hijastros fueron las circunstancias que rodearon su embarazo. Como Jesús era el más pequeño de la familia, a sus hermanastros les pareció que debería estar bajo su dirección. Y la vida ejemplar de Jesús era para ellos una fuente de irritación. Sin duda, María se vio en medio de discusiones familiares. Puede que sus hijastros la hayan considerado una madre inepta, puesto que no forzaba a Jesús a acatar las opiniones y enseñanzas de los rabinos. Puede que Jesús haya tenido que trabajar más que sus hermanos en la carpintería para ser aceptado. Pero se nos dice que «Jesús amaba a sus hermanos y los trataba con bondad inagotable».1 José y María lo hicieron lo mejor que pudieron, pero el suyo no fue un hogar carente de conflictos.

La familia actual
Si hallamos semejante variedad de familias en los tiempos bíblicos, ¿debería sorprendernos encontrar algo similar en la iglesia actual? Y, si las familias pueden ser tan distintas, ¿existe algún elemento único que la identifique como tal? Creo que la característica más importante de una
familia son las relaciones. Dios es un Dios de relaciones y, puesto que fuimos creados a su imagen,
éstas forman parte de la esencia de nuestro ser. En el principio, el hombre y la mujer, Dios y los ángeles mantenían una relación perfecta. La familia del cielo y de la tierra se regocijaba unida. Pero cuando el pecado entró en el mundo, nacieron el temor, la vergüenza, las acusaciones y toda
la gama de emociones negativas que fructificaron en relaciones imperfectas. Los hijos de aquella primera familia estaban teñidos de celos, de ira; y, al final, de homicidio, dolor y aislamiento. Si aquella primera familia, que estaba tan cerca del comienzo perfecto, tuvo que luchar con la disfuncionalidad, ¿podemos hoy esperar tener familias totalmente funcionales? ¿Podemos esperar no experimentar congoja? ¿Podemos esperar completa satisfacción en las relaciones humanas? Probablemente, no

Revisión familiar
La buena noticia es que, aunque las relaciones familiares sean imperfectas, pueden mejorar. ¿Cómo podemos cultivar relaciones más sanas? Dolores Curran, en su libro Traits of a Healthy Family (Rasgos de una familia sana), presenta los resultados de su investigación, en la que descubrió quince rasgos que, normalmente, se consideran característicos de una familia sana. Estos rasgos van ordenados según la prioridad que les dieron las personas encuestadas. La familia sana:
1. Se comunica y escucha.
2. Se afirma y apoya mutuamente.
3. Practica el respeto hacia los demás.
4. Desarrolla la confianza.
5. Concede espacio al juego y al humor.
6. Comparte la responsabilidad.
7. Enseña la diferencia entre bien y el mal.
8. Posee un fuerte arraigo familiar en el que abundan
los rituales y las tradiciones.
9. Mantiene un equilibrio de interacción entre
sus miembros.
10. Comparte un núcleo religioso.
11. Respeta la vida privada de cada miembro.
12. Valora el servicio al prójimo.
13. Favorece el tiempo y la conversación alrededor
de la mesa familiar.
14. Comparte el tiempo de ocio.
15. Admite que tiene problemas y busca su solución.
La mayoría de estos rasgos tienen que ver con
las relaciones. No obstante, a veces parece que pasamos
más tiempo relacionados con cosas que con
personas. Con todo lo maravillosos que puede que
sean los ordenadores, los televisores, los coches, los
teléfonos, las máquinas de fax y otros artefactos,
no satisfacen las necesidades más profundas de nuestro
corazón: la necesidad de amor, cuidado, calor y
contacto. Sólo las personas pueden dar y recibir estos
elementos vitales. Es crucial que cultivemos
nuestras relaciones estrechas de tal forma que aseguremos
su salud.

La comunicación encabeza la lista
Comunicarse con claridad y de forma positiva, escuchar con atención y empatía es un arte que merece cultivarse. Sin embargo, lleva tiempo, y el tiempo es un lujo del que muchos de nosotros carecemos. En otra época, puede que la gente haya sido más versada en el arte de la comunicación; tenían las noches, momento en el cual la conversación era la tarea y el entretenimiento principal. Hoy, puede que pensemos que la conversación es una pérdida de tiempo. Desgraciadamente, cuando necesitamos resolver un problema o cuando surge la oportunidad de compartir profundamente, desde el corazón, podemos encontrar nuestras habilidades comunicativas oxidadas. Juan y Elisa estaban preocupados por ciertas dificultades habidas en su matrimonio. Pasaban cada vez más tiempo discutiendo. Temerosos por lo que esto implicaba, empezaron a evitarse. Una noche se dieron cuenta de que algo tenía que cambiar. ¡Solían disfrutar tanto el uno del otro! ¿Qué había pasado? Al hablar, comprendieron que pasaban poco tiempo juntos. No compartían la hora de la comida, ni el tiempo de ocio. No había momentos para la comunicación, ni para el culto en familia, ni para el ritual familiar. No tenían tiempo para su relación. ¡No era de extrañar que tuvieran problemas! Aquella noche, decidieron tomar medidas radicales para dar prioridad a su relación. No fue fácil. Los amigos, el trabajo, la iglesia y la comunidad eran fieros competidores. Pero, un año después de que se propusieran encontrar tiempo para una comunicación regular, para comer juntos, para el culto en familia y para el recreo, su amor y su gozo se reavivaron. Mereció la pena.

Buscar lo positivo
¿Cómo potencian otras familias los rasgos que alientan las relaciones sanas? Rut, madre soltera con dos hijos adolescentes, tiene en su planificación dedicar una noche a la semana para salir con ellos. Las actividades varían. A veces juegan juntos, comen en un restaurante, prestan ayuda en un proyecto comunitario, van a un concierto o van a dar una vuelta en coche. A Rut le parece que lo importante es que hagan algo regularmente y el propio hecho de que esta noche se haya convertido para ellos en una tradición. Rodolfo, viudo con hijos mayores casados, mantiene viva su relación con ellos componiendo un “boletín familiar” mensual con noticias que obtiene de sus hijos y nietos. Todos disfrutan del cuidado y del calor que el abuelo pone en ese boletín. Pablo y Alicia tienen niños pequeños. Gran parte de su esfuerzo se emplea en tareas rutinarias de supervivencia diaria. Alicia dice que lo que en su caso fortalece la relación es compartir la crianza de los niños y las tareas domésticas. En realidad, estas tareas son más divertidas cuando se hacen juntos. Esta experiencia cimenta su relación mutua y con los niños. David está divorciado y no tiene muchas oportunidades de estar con sus hijos. Durante los periodos vacacionales ha ido con ellos a proyectos misioneros de Maranatha. El tiempo que pasan juntos en el servicio a los demás ha creado un vínculo de amor entre ellos. Para cualquier familia, sin importar cuál pueda ser su composición, el desafío es buscar y cultivar los puntos fuertes del otro. Buscar no la perfección, sino la unidad en Cristo. Las familias sanas cuidan de sus miembros, incluso cuando surgen dificultades. Recuerdan que cada individuo es importante, pero también respetan y promueven el bienestar de toda la familia. Las familias sanas son conscientes de sus circunstancias particulares, y su influencia se expande como parte de la comunidad, y como parte de la gran familia universal de Dios.

Referencias
1. Elena White, El Deseado de todas las gentes, págs. 65-66

Autor: Ada Garcia Marenko
Directora del centro de orientación, consejera familiar y profesora en la Universidad de Montemorelos (México)

Transcripción: Mauricio Albareda
Fuente: "Revista Adventisa". Fefrero 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario